miércoles, 4 de septiembre de 2013

Capítulo dieciocho: ‘Recuérdame, princesa.’


La mejor cena de toda mi vida, sin duda. En un restaurante de Londres, en una de sus terrazas, con él. Ya vamos por el postre, pero no puedo más. Kyle se está comiendo todas las fresas. Disfruta como un niño pequeño. Como cuando éramos pequeños y empezaba a llenarme la cara de chocolate.
-Kyle que te veo a venir, no.
-Sólo te voy a manchar de chocolate, no es nada. –Dice riéndose.
-Deja la fresa en el plato. –No me hace caso. La moja en el chocolate.
Se levanta de la silla. Intento taparme, pero es inútil, con la otra mano me coge mis manos, inmovilizándolas. La gente nos mira, mira mi nariz llena de chocolate. Hago lo mismo que ha hecho él, pero esta vez sin fresa, empapo, directamente, mis dedos en el chocolate. Empiezan las risas, le mancho de chocolate, seguimos riendo. Cojo más chocolate, lo miro desafiante, él también tiene chocolate en las manos.
-Si tú no me manchas, yo no te mancho de chocolate. –Me dice, sin importarle la gente de nuestro alrededor. A decir verdad, a mí tampoco me importa. -Elige, princesa.
-Ya estoy llena de chocolate, por un poco más no va a pasar nada.
Kyle se acerca a mí y me mancha de chocolate, yo también. Aún seguimos riéndonos, sin borrar nuestra sonrisa. Lo tengo delante, me sonríe.
-Creo que al final las fresas se quedan ahí eh, esto es mejor. –Me dice él, sonriendo.
-Mucho mejor.
-Estás llena de chocolate, cariño. –Me dice mientras me pasa una servilleta por la cara.

-No me digas, ¡no lo sabía!
-¿Quién habrá sido el que te ha manchado? –Pregunta riéndose.
-Pues me ha manchado un chico muy guapo, que ahora también está lleno de chocolate, que está muy loco, pero que lo quiero con locura… ¿Lo conoces?
Kyle se acerca a mí y me besa. Sabe a chocolate, me encanta. Seguimos besándonos, saboreando todo el chocolate que se supone que era para comer con fresas.
-No, no lo conozco. –Dice, entre beso y beso. -¿Es un amigo? –Vuelve a besarme.
-Lo fue. –Le doy otro beso.
-¿Ya no lo es? –Sonrío, intentando contestarle, pero sus labios no hacen más que juntarse con los míos.
-No, ahora es alguien diferente. –Y otro beso más.
-¿Diferente? –Me muerde el labio. Me río.
-Es alguien especial, es el de la sudadera. –Y seguimos con el juego, y con los besos.
-¿Y quién es si se puede saber? –Esta vez soy yo la que le muerde el labio.
-Mi novio. –Las sonrisas provocan que nuestros dientes choquen, y esto, hace que nos riamos.
-Tiene suerte. –Sus ojos vuelven a brillar, sin dejar de mirarme, pero esta vez se humedecen a causa de las lágrimas.
-La novia también. –Él sonríe, mientras me coge la cara con las manos y se acerca a mí para volver a besarme. Ya no me importa que me llene de chocolate.
Pagamos la cena y vamos caminando hacía el hotel. Las sonrisas no están contadas, salen sin motivo alguno. Llegamos al hotel y subimos hasta la habitación. Es muy grande, tiene una cama de matrimonio, con un ramo de flores encima, un baño, una pequeña mesa con un sofá y una alfombra que cubre más de lo que ocupa la cama.
Él se sienta sobre la cama, como un niño pequeño, doblando una pierna con la otra, como un indio. Lo miro, no puedo evitar reírme. Me siento justo en frente de él, hago lo mismo. Nos miramos, pero entonces recuerdo que tengo algo en mi mochila para él. Me levanto y busco en el interior de la mochila. Sonríe al ver lo que saco de ella.
-Te la he cuidado mucho. –Vuelvo a sentarme y le pongo su gorra, no sin antes despeinarle.
-Aquí no. –Contesta. Se saca la gorra, y me la pone a mí. –Aquí sí.
-Es tuya.
-Prefiero que la tengas tú. –Sonrío. -¿Recuerdas que te dije que pensaba patearme todo Londres para decirle a una inglesa que había encontrado a una princesa? –Asiento, sin parar de sonreír. –Pues lo hice. Pero no por todo Londres. Una noche, salimos los del internado a cenar fuera. Con los profesores, claro. –Pone cara de asco. Yo me río. –Después de cenar nos fuimos a un parque que hay al lado del internado. Allí había una gran pared. Según los del internado, por allí pasaba mucha gente. Puede que no me pateara Londres, pero creo que cada inglés que pase por allí, va a aprender español.
-¿Qué has hecho, Kyle? –Le pregunto sin dejar de sonreír, muerta de nervios, de entusiasmo, de ganas de matarlo a besos.
-Escribirte. –Contesta, creando aún más intriga.
-¿Qué escribiste?
-Ven. -Se levanta de la cama, me ofrece su mano, se la doy, y se dirige hacía una de las ventanas. Le sigo. -¿Ves aquel parque? El que está a dos calles, ¿esos columpios que parecen tan pequeñitos? –Asiento con la cabeza. –Mira la pared tan grande que hay al lado, la pared que sirve de muralla para todo el internado.
Y entonces me fijo. Y mientras él me abraza por detrás, huelo el olor de chocolate mezclado con su propia olor, siento su aliento en mi cuello y su sonrisa en mi nunca, lo leo.
-Recuérdame, princesa. 


MAÑANA EL ÚLTIMO CAPÍTULO.
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