domingo, 25 de agosto de 2013

Capítulo seis: ‘Estoy odiando a la distancia, y mira que aún no ha hecho nada.’



Son las tres de la mañana. Todos hemos salido de la discoteca. John va un poco pedo, Pablo no, ya que debe llevar en moto a Claudia, y Albert menos. Marta va un pelín contenta, pero está bien. No va como Paola, potando cada dos por tres, cantando, y haciendo eses en vez de caminar.
Albert y Marta se van, Pablo y Claudia también. Claudia se queda preocupada, pero consigo tranquilizarla mintiéndole y diciéndole que mi padre llegará en seguida con el coche. Los padres de Paola vienen a buscar a los dos. Me preguntan si quiero que me lleven, pero me niego, poniendo la misma excusa de antes.
Por fin estoy sola. Me saco los zapatos de tacón y empiezo a bajar toda la cuesta que da a la casa de Kyle. Me clavo alguna que otra piedra, pero me da igual. Hace frío, el tiempo ha refrescado, sobre todo por la noche. Y yo con un vestido corto, palabra de honor. Soy lista. Soy muy lista.
Llego a casa de Kyle. No pico, si no que le hago un WhatsApp y en seguida veo como la luz del pasillo, se enciende. Sus padres deben estar dormidos, así que espero no molestar. La luz del recibidor también se enciende y segundos después, la puerta se abre.
-Hola. –Saludo, sin hacer ninguna sonrisa.
-¿Qué haces sin zapatos? –Pregunta, algo sorprendido.
-Si querías que llegase sin matarme, tenía que quitármelos. –Él sonríe.
-Vamos, pasa. Mis padres están sobando, pero en mi habitación no creo que nos escuchen.
Subimos hasta su habitación. Entro y él cierra la puerta. Entonces siento como sus manos se ponen sobre mi cintura, y posa su barbilla sobre mi hombro.
-Te voy a echar mucho de menos… -Susurra.
-No me digas eso.
-¿Por qué no? Es la verdad. –Responde. –He hablado con Marta.
-¿Qué? –Digo, alucinada.
-Me prometiste que sonreirías.
-Y lo hago. –Le respondo, mintiéndole.
-Falsa. –Sonríe.
-Burro. –Sonrío.
-Idiota. –Y seguimos con el juego.
-Ky.
-Eso no es un insulto. –Dice, confundido.
-Es que yo todo te lo digo con cariño.
-¿Todo? –Asiento con la cabeza.
Él deja de apoyar su barbilla sobre mi hombro y, sin dejar mi cintura, me aproxima hacia la cama, que está llena de álbumes de fotos.
-¿Qué es esto? –Pregunto, cogiendo un álbum.
-Todas nuestras fotos. Cada álbum es un año. –Me explica. –En total hay diez álbumes. He ordenado las fotos, estamos ahí, desde los cinco añitos, hasta los quince.
Nos sentamos en la cama y empezamos a mirar el álbum de los cinco años. Una foto, una sonrisa.
-Mi madre nos hizo una foto el día que nos conocimos, es la primera. –Me dice, señalándola.
-Que pequeños… -Murmuro. –Lo que llega a hacer el simple hecho de jugar a hacer castillos en una playa…
-Desde ese momento ya no me lo decías todo con cariño. Mira la segunda foto. –No puedo evitar reírme. A él también se le escapa la risa. Salgo yo, sentada en la arena, con él en frente, con la boca abierta, seguramente diciéndole algo y tirándole la arena que tenía guardada en el interior de mi mano. –Como me querías, eh…
-Éramos unos niños.
-Pues yo echo de menos a esos dos niños… -Dice, algo tímido, al ir por el álbum diez.
-¿Cómo? –No le entiendo. –Ky, seguimos siendo los mismos. –Él sonríe, sabe que no me he dado cuenta.
-No, Nad. Hemos crecido. Tú has cambiado, yo he cambiado. Los chicos no te quitan la vista de encima, y si no mira a Adri.
-A Adri ni mentarlo. –Digo rápidamente, antes de que pueda seguir hablando de él.
-Sé que no debería haberle dicho nada.
-No, Kyle. –Pongo mi cabeza sobre su hombro. –Gracias. –Cierro los ojos.
-Pensaba que estabas enfadada.
-No… -Niego. –Estoy odiando a la distancia, y mira que aún no ha hecho nada.
-No te preocupes, que me pasa lo mismo. –Sonrío. –Ya verás cómo los tres meses se te van a pasar volando.
-El tiempo se me hace corto cuando tú estás aquí, Kyle. Cuando te vayas se me va a hacer eterno. –Me sincero, una vez más. –Además, con Adri por aquí… -Le miro. –No quiero que te vayas, Ky.
-Nad, peque. –Sus ojos verdes brillan.
-Dime… 
-¿Me abrazas? –Pregunta.
-Si te abrazo lloro. -Respondo, con los ojos llorosos.
-Va bien saberlo. –Contesta, con su sonrisa de siempre.
Y es que, fue él el que se acercó y me abrazó, acercándome más a él. Sabía que necesitaba desahogarme, sabía que le necesitaba a él. Solo a él. Los dos sabíamos que solo nos quedaba una hora para estar juntos. Yo sabía que solo me quedaba una hora para decirle que le quería más que a mi puta vida.
-Date prisa o le pierdes, Nadinne. –Me digo a mi misma. –Date prisa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario